Si algo nos llamó la atención de la ciudad, más allá de su patrimonio o de sus tiendas, es su equilibrado ambiente. Tan pronto pasamos por ajetreadas plazas en las que músicos callejeros daban su mejor versión, como nos introducíamos en pequeños callejones en los que no había ni un alma. Todo muy genuino y con ese espíritu de «auténtica
Italia» que tanto nos gusta.